Es verdad que la primera parte fue enteramente del Madrid y es cierto que el equipo cumplió con el protocolo de los anfitriones feroces: Kaká dispuso de una ocasión a los 18 segundos y Cristiano marcó a los cinco minutos. Luego, antes de cumplirse la media hora, Higuaín desperdició la oportunidad más lamentada en estos instantes de contricción: pase de Granero en profundidad, control de Higuaín, regate al portero y, liberado de obstáculos, cuando toca marcar, poste.
Quien quiera consolarse podrá lamer ese hueso y soñar con lo que hubiera sucedido de haberse puesto el partido 2-0. Pero cuando no se convierte lo que se intenta una vez sólo cabe intentarlo más veces, cinco, diez, cien. Y no sumamos tanto. Si acaso una mano de Lloris a disparo de Higuaín y un penalti al mismo protagonista que bien pudo ser, pero que no fue.
Después, cambió el mundo. Ese Lyon que creímos timorato domó al león sin que advirtiéramos ni el látigo ni la silla. Y los avisos se sucedieron antes del gol asesino: Gonalons, Govou, Lisandro... Pjanic. Fantasmas de perfil bajo, ogros de sobremesa, lección de humildad. Suficiente contra un grupo sin coreografía.

